A principios del siglo XX el teatro
español continúa estancado en fórmulas decimonónicas, ignorando la renovación emprendida en otros
países europeos por directores y dramaturgos como Stanislavski, Gordon
Craig, Antoine, Chejov o Pirandello. Sigue siendo un teatro destinado a la
burguesía, ofrecido por compañías de grandes actores y actrices que complacen
las exigencias de este público.
Las grandes tendencias del primer
tercio del siglo son el teatro poético, el drama burgués, el social, las
modalidades cómicas y el teatro de experimentación y vanguardia. De todas estas
corrientes, la más importante para la evolución de la historia del teatro del
siglo XX son los intentos innovadores de un grupo de dramaturgos. Por este
camino, encontramos a grandes nombres de otros géneros literarios como Azorín o
Miguel de Unamuno, pero los autores que consiguen excelentes resultados en este
tipo de teatro son Valle- Inclán y Federico García Lorca, cuyas lecciones
todavía están siendo asimiladas, y que representan las mejores obras del teatro
contemporáneo español. Valle crea una nueva manera de hacer teatro y de ver la
realidad, el esperpento. Es como una adaptación de las vanguardias, a la literatura. Para el autor la sociedad
está deformada y la única manera de recuperar su forma original es reflejarla
en un espejo cóncavo. Su finalidad es desenmascarar la realidad, mostrándola
distorsionada para poder iniciar así una renovación que le devuelva la forma
original. Como afirmó el propio autor
en Luces de Bohemia, “el sentido trágico de la vida
española sólo puede ofrecerse con una estética sistemáticamente deformada”.
Esta técnica se empleó también en la trilogía Martes de Carnaval y tiene sus
precedentes en Quevedo y Francisco de Goya.
En este estilo el autor mira el mundo desde un plano superior, y considera a
los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de
ironía.
Los personajes tienen un trasfondo simbólico, a veces
reflejado en la onomástica. En Divinas palabras, Pedro del Reino parece
significar la Iglesia y la moral tradicional, que aparecen ridiculizadas en la
actitud de obsesión autoritaria, de falsa cultura religiosa, del
sacristán-fantoche, feo y enclenque en contraste con el impulso vital
simbolizado en Mari-Gaila. Por otra parte, el papel que juega el Séptimo Miau, tiene muchos rasgos
satánicos como lascivia, presunción, soberbia, envidia, avaricia etc. Actúa en
su propio beneficio, y hace cualquier cosa por conseguir lo que se propone,
aunque eso conlleve el sufrimiento ageno. Esta relación con la literatura
satánica se establece claramente en las conversaciones con el sacristán, en
concreto en el tema del “querer saber”-conocimiento del presente, pasado y del
futuro-, que el demonio no pudo lograr, simbolizando en el ojo tapado de
Séptimo y en los animales que le acompañan, (como la cabra) amaestrados para adivinar el
porvenir. Mari-Gaila se ve atraída por esta tentación, por el demonio, que la
convierte en una mujer adúltera, que la obliga a pecar.
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